El fraccionamiento de la igualdad

El fraccionamiento de la igualdad

Por Nomino Lustre

El fatídico día 01.XII.2025, las menores Sharit (16 años) y Rosmed (15) se suicidaron en el parque de la Concordia (vulgo, de los patos) de Jaén capital. Antes de adentrarnos en el espinoso punto que más nos ha preocupado (¿una de las adolescentes influyó en la otra?) hemos de recordar dos antecedentes: en octubre, se suicidó S.P. (14), una alumna en el sevillano colegio Irlandesas de Loreto y, 20 días antes de la muerte de Sharit y Rosmed, otra adolescente (NN, 16) se quitó la vida de un disparo en su domicilio del norte de la misma Jaén capital.

En la semana transcurrida entre hoy y el funesto día 1º, hemos sido bombardeados por tierra-mar-y-aire con miles de noticias, comentarios, tertulias y sabelotodos sobre el destino final buscado por las dos adolescentes jiennenses -basta pedirlo a San Google-, y, de todo ese bululú hemos sacado los pies fríos y la cabeza caliente. El aluvión de ‘informaciones’ (caprichosas, arbitrarias, indocumentadas, inverificables y, sobre todo, irrespetuosas) se reduce al convencimiento mediático -quizá incluso popular, y, desde luego, policial- de que ha habido una desigualdad en el comportamiento de la pareja suicida. ¿Por qué semejante primacía apriorística de la desigualdad? -mal empezamos. Porque, para el imaginario popular (vulgo vulgo), era necesario que la susodicha pareja NO fuera indivisible: una tenía que haber influido sobre la otra.

Siendo gravísimo que la ‘opinión pública’ opte por la escisión de la pareja Sharit-Rosmed, aún es peor que este siniestro a priori parezca anclado en las más profundas convicciones populares -¿tan mal estamos?.  Pues parece que sí porque, a poco de profundizar, nos topamos con la supuesta inevitabilidad de la jerarquización.

La jerarquización

Se supone que vivimos en una democracia avanzada que sólo se justificada por su ‘incansable’ búsqueda de la igualdad entre los ciudadanos. Sin embargo, jerarquizar es el primer paso hacia la desigualdad. En la tragedia que hoy nos ocupa, el prurito de la inequidad se consuela encontrando esclarecimientos en un hecho denostado por todos: el acoso escolar. Nadie niega la evidente extensión geográfica de su perversidad pero ¿cuáles son sus límites? En el caso de Jaén no hay seguridad de que las suicidas (una o ninguna) lo hubieran sufrido en grado mayor o menor. Por ende, olvidemos este factor no sólo porque el acoso, aunque fuera enorme, se mueve en un plano rastrero que no alcanza el nivel de la decisión final de las suicidas -ni en este ni en casi ningún caso.

Igual ocurre con otros factores familiares y/o sociales con los que frivolizan los tertulianos. A nuestro leal saber y entender, el suicidio es un hecho Total de imposible exégesis. Y está bien semejante imposibilidad porque la Razón ortodoxa no debe entrar en el campo del Misterio, sea éste fantástico o sencillamente asocial. No obstante, lo que se despacha con el epíteto de irracional pasa a ser tópico del ágora cuando son dos chicas las suicidas…

Este salto repugna al indeleble cartesianismo eurocéntrico y más aún cuando son dos jóvenes las que lo abordan en común. “Ya está, imposible que sean las dos a la vez, alguna ha de ser La Primera”, -claman los biempensantes.  Entonces, atónitos ante la igualdad, encuentran multitud de motivos ocultos. Los más socorridos son los sentimentales, ya sabemos, propios de la adolescencia, pero la panoplia es anchísima porque todo vale contra la Igualdad -el misterio que más se les atraganta, para mayor inri, femenina en este caso.

La sororidad es un término antiguo renacido ahora por el feminismo. El vulgo podría refugiarse bajo su paraguas pero ¡vade retro satanás!… si apenas sabemos lo que significa, ¿cómo vamos a citarlo como ultima ratio? Más aún, ¿cómo admitir que la sororidad, tan buena ella, va a llegar tan lejos? Puede servir para una merendola pero nunca para un suicidio doble. Sin embargo, las dos jienenses se han encomendado a un acto puro ejemplo de sororidad, probablemente sin que ninguna dellas (repetimos, ninguna) supieran del término ni falta que les hacía.

Para el sentido del común adulto, lo que instintivamente suponen que es un atentado contra la sociedad no es la sororidad puesto que el caso puede repetirse entre varones sino la Igualdad entre la pareja suicida. No la admiten así que divide et impera. “¿Dos individuas actuando al unísono?: imposible, quíteme usted el plural y quizá comencemos a entendernos.  ¿Acaso no nos hemos criado con la pregunta “¿a quién quieres más, a tu padre o a tu madre”? La maldita cuestión rebrota desde la antañona infancia para enturbiar el discernimiento adulto. Solución instantánea: la Jerarquización entre las Iguales. Una canallada que llega hasta la antigua Amazonia como veremos en el siguiente parágrafo.

Etnografía e igualdad

Si nos lo permiten, añadiremos una enseñanza amazónica que ilustra hasta dónde se atreve a llegar la jerarquización. Una pregunta bastante burda: ¿cómo nacen las/los gemelos y/o los mellizos? Cualquier párvulo sabe que primero uno y, a continuación, el otro -u otra. Sin embargo, Omawe y Yoawe, los fundadores del pueblo yanomami, nacieron a la vez. El pueblo occidental exclamará: “¡qué disparate, eso es fisiológicamente imposible!” Pero resulta que así lo prescribe la mitología yanomami, munida de una lógica mítica que ignora olímpicamente a la razón eurocéntrica -justamente, esa que nos enseña que una paloma se ama con una virgen y de su cópula nace un dios con apariencia humana.

Ahora bien, para los Invasores de Urihi (el territorio yanomami), la noción de dos Bebés naciendo a la vez era absolutamente incompatible con la Razón occidental, no sólo por motivos silogísticos sino, peor aún, porque de tales Padres/Madres no podían descender personas normales. Y en ello, tenían razón puesto que, efectivamente, los Yanomami no son normales -de ahí a considerarlos monstruos a exterminar había sólo un paso, exactamente el que dieron en los primeros años del ‘contacto’.  Pero, por suerte o por desgracia, los Misioneros llegaron con la expresa tarea de corregir no la fisiología humana (pues vieron que era igual entre los monstruos y entre los civilizados), sino la Razón mítica. En consecuencia, dictaminaron que Omawe nació el primero y Yoawe, el segundo.

Para que la versión misionera predominara sobre la ancestral, primero crearon la división entre los Yanomami. Así, unos indígenas misionizados comenzaron a creer que la generosidad de Omawe -fuente de su poder fundacional-, también podía ser ejercida por Yoawe con lo cual despojaron a los Fundadores de sus características sociales reduciéndolas a meras peculiaridades individuales. El resto, se lo pueden imaginar: ahora los shitho indivisibles Omawe-Yoawe ya pueden materializarse en los sacros muñecos que ornamentar las Iglesias, todos ellos entidades jerarquizadas y genéticamente desiguales. Ya son poco menos que Caín y Abel (*)

(*) Por delirante y hasta criminal que parezca, hace añales que la versión misionera de los Dióscuros yanomami, fue propagandeada en una publicación oficial española. Sumamente irritados, en defensa de la Igualdad (literalmente) Primigenia, tuvimos que pergeñar las 11.000 palabras del opúsculo Ovarios, gemelos y mezquindades. Sobre edición de mitos yanamami y literatura.

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