Pablo Guerrero: poesía, canción y delicadeza

Por Paco Audije*
Ha muerto Pablo Guerrero, maestro de la enseñanza pública y poeta de Extremadura.
Se despidió de la canción en la sala Galileo Galilei, en Madrid, en noviembre de 2021. Un crítico musical de la prensa madrileña lo consideró su «testamento artístico», porque presentó su último disco cuando acababa de cumplir 75 años, acompañado de Rozalén y de otros artistas amigos.
Luis Pastor (ay Luis, se nos fue), Luis Mendo (su productor y amigo), Suso Díaz, Imanol Larzábal, Tino di Geraldo, Cristina Narea, Olga Román, Aute, Quintín Cabrera, Hilario Camacho, Javier Ruibal, Suso Saiz, Paxariño, Ismael Serrano, etcétera, etcétera.

¡Cuantos –algunos quizá tiernos y parecidos a él– le quisieron ver de cerca muchas veces para absorver algo de su tranquila sabiduría!
Un cuarto de siglo antes de esa despedida en el Galileo Galilei, fue homenajeado también en Herrera del Duque (provincia de Badajoz), por otros como José Antonio Labordeta, Manolo Tena y el Grupo Pueblo. Allí no faltaron tampoco algunos de los antes mencionados: Luis Eduardo Aute, Luis Pastor, Quintín Cabrera…
Pablo decía que lo único que le gustaba de los homenajes es que volvía a ver a muchos amigos. Labordeta le seguía con el espíritu del Tiene que llover; pero el aragonés lo explicaba con su propio estilo: «Hay que seguir cantando, porque hay demasiada mierda en muchos lugares del mundo», dijo el aragonés.
Se consideró sobre todo poeta y publicó varios poemarios, aunque teniendo en cuenta su carácter tímido no sería de extrañar que haya mantenido inédita una parte de su obra poética.
Creó y cantó A cántaros en 1972. Seis años después grabó A tapar la calle, con el guitarrista flamenco Miguel de Córdoba. Dicen que seguía discretamente los recitables de Camarón de la Isla.
Según Nacho Sáez de Tejada, A cántaros surgió bajo la inspiración del Blowin’ in the wind dylaniano. Pablo Guerrero estaba en ese territorio musical, íntimo y distinto, que huyó en silencio de la llamada movida. No olvidaba sus orígenes.
En 2022, al cumplirse el medio siglo de A cántaros (uno de los más bellos himnos contra la dictadura franquista), Pablo Guerrero aclaraba: «No soy un cantante urbano, un chovinista ni un artista autonómico, sino un poeta de la naturaleza y la cercanía. Sigo escuchando a mis maestros Van Morrison, Leonard Cohen y Bob Dylan; también jazz vocal y a mis compañeros y amigos de España». Habló de su admiración por Joan Manuel Serrat, de algún modo –el suyo– acompañó la estela de Lluís Llach y Paco Ibáñez. Su viaje a París fue un viaje de pobres y su salida al escenario en el Olympia tuvo un momento previo de pánico escénico.
En su primera grabación de A cántaros estuvieron a su lado Manolo Díaz (productor) y las guitarras de Nacho Sáenz de Tejada. Alguien ha escrito que es una canción hermana (o heredera) del A hard rain’s gonna fall, del primer Bob Dylan, casi una década anterior.
Su canción Pepe Rodríguez («el de la barba en flor») describe un tipo urbano de otro tiempo; antes cantó a la Extremadura de los trigos y los alcornocales, a la emigración. Porque amamos el fuego contenía algo de aquello, aunque fuera una aproximación al jazz.
Recibió un premio Goya en 2001 (junto a Luz Casal) por la mejor canción original (del filme El bosque animado) y la medalla de oro al Mérito de las Bellas Artes (en 2022) con el mismo pudor de siempre. Una modestia enorme siempre pegada a su piel. María Dolores Pradera interpretó su Amapolas y espigas, cuya letra premió un ya lejano Festival de Benidorm (de 1969).
Le llevé dos o tres kilos de las naranjas biosalvajes de mis propios árboles villuercanos, de mi cachino de campo en mi propia tribu (Cañamero).
Le llevé también una fotocopia del primer artículo que firmé en un diario (el Hoy, de Badajoz). Era una entrevista con Pablo hecha antes de su actuación en el Olympia de París, aunque el texto se publicara después (el 20 de marzo de 1975).
Fue una comida apacible en la que almorzamos un estupendo cuscús, cocinado por Kamal, un marroquí amigo suyo que le reservaba diariamente la mesa de un rincón del bar que regenta en aquel barrio. Una mesa en la esquina del local, junto a la luz de una ventana, para que Pablo escribiera tranquilo sus poemas: «Formo parte del paisaje. Me gusta ver a la gente entrando y saliendo», le dijo allí mismo a una periodista de El País.
Escribió aquello de «Tú y yo muchacha, estamos hechos de nubes, pero ¿quién nos ata?». Una canción que culminó con otros versos magníficos y explícitos: «Hay que doler de la vida hasta créer/ que tiene que llover/ a cántaros».
Varios, entre ellos Áurea Lorenzo, Luis Pastor, José María Patiño y yo mismo, planeábamos, hablábamos de hacerle una visita en Esparragosa de Lares.
Ha muerto en Madrid. Sabíamos que estaba delicado de salud. Ya no podrá ser, maldito sea el tiempo.
En sus versos (y canción) Golpe en la sombra (2013) anticipó así nuestros años actuales:
– Queman las manos del miedo.
Sílabas de luz quebrada.
El nido de las serpientes.
Candados cosiendo labios.
Y un golpe de sombra.
El 18 de octubre habría cumplido 79 años. Algo muy delicado se ha quebrado en mí esta noche, mientras veía el telediario.
Tú y yo, muchacho, estamos hechos de nubes
Pero ¿quién nos ata?
Pero ¿quién nos ata?
Dame la mano y vamos a sentarnos
Bajo cualquier estatua
Bajo cualquier estatua
Que es tiempo de vivir y de soñar y de creer
Tiene que llover
Tiene que llover
Tiene que llover
Tiene que llover a cántaros
Tiene que llover
Tiene que llover
Tiene que llover
Tiene que llover a cántaros
Estamos amasados con libertad, muchacho
Pero ¿quién nos ata?
Pero ¿quién nos ata?
Ten tu barro dispuesto, elegido tu sitio
Preparada tu marcha
Preparada tu marcha
Hay que doler de la vida hasta creer
Tiene que llover
Tiene que llover
Tiene que llover
Tiene que llover a cántaros
Tiene que llover
Tiene que llover
Tiene que llover
Tiene que llover a cántaros
Ellos seguirán dormidos
En sus cuentas corrientes de seguridad
Planearán vender la vida y la muerte y la paz
¿Le pongo diez metros en cómodos plazos de felicidad?
Pero tú y yo sabemos que hay señales que anuncian
Que la siesta se acaba
Que la siesta se acaba
Y que una lluvia fuerte, sin bioenzimas, claro
Limpiará nuestra casa
Limpiará nuestra casa
Hay que doler de la vida hasta creer
Tiene que llover
Tiene que llover
Tiene que llover
Tiene que llover a cántaros
Tiene que llover
Tiene que llover
Tiene que llover
Tiene que llover a cántaros
* En Periodistas en Español.
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