Laurencia: una carta de amor desde Fuenteovejuna
Por Iñaki Alrui
«-¿Quién mató al Comendador?
-Fuenteovejuna, Señor.
-¿Quién es Fuenteovejuna?
-Todo el pueblo, a una.»
En casi todos los escritos que se empeñan en explicar el texto de Fuenteovejuna, de Lope de Vega (1619), se describe el personaje de Laurencia como “la resistencia y la dignidad del pueblo frente a la tiranía”. No va desencaminada la apreciación, aunque no hay nada más hermoso que cada cual interprete, valore y saque sus propias conclusiones ajenas a los comunes denominadores, aunque esto último sobre un clásico del Siglo de Oro se puede convertir en herejía intelectual, tal vez el gran problema de los “clásicos” en este país, tan nuestros, tan puros, y a veces tan muertos.
En esa maravilla de ficción y sueños que nos permite el teatro, Laurencia es lo que ha sido siempre, es la hija del alcalde y la protagonista, es la joven valiente y rebelde que lucha para defender su honor, después de haber sido mancillada, es capaz de incitar y levantar al pueblo a la rebelión con sus apasionadas palabras. Lleva todas las papeletas para ser, en efecto, la encarnación de «la resistencia y la dignidad”, dentro una obra que encierra el carácter de una colectividad que rompe con el miedo y se une para protegerse y salvarse a sí misma, encabezada por una de nuestras heroínas teatrales.

La Laurencia que yo vi ayer es un homenaje al personaje de Lope, a Fuenteovejuna, al teatro clásico. Laurencia sale un rato de Fuenteovejuna (también “Fuente Obejuna”) —pero sin abandonarla del todo— para lanzar su monólogo hacia el exterior, para darse a conocer, para reivindicar la persona y el personaje, y tras este breve paseo vuelve a su sitio. La Laurencia de esta obra esta curtida por la edad, es reflexiva y sabe mirar al tiempo desde la frialdad del fin para volver a la luz de los sueños.
El autor de este espectáculo recital, Alberto Conejero, nos plantea así su obra:
“Siempre me he preguntado por qué en nuestro tiempo los clásicos griegos, isabelinos o rusos han inspirado con más frecuencia nuevas obras —monólogos, secuelas, reescrituras— que nuestro teatro del Siglo de Oro. Quizá se deba a un fundado respeto ante un corpus tan patrimonializado; o tal vez a la distancia que, para algunos, instaura el verso; o incluso a cierta desconfianza hacia la universalidad de sus personajes. Y, sin embargo, este temor es reciente: del siglo XVIII hasta mediados del XX se produjo un diálogo libre con nuestro repertorio clásico, como atestiguan las numerosas refundiciones, parodias y apropiaciones.”
Y hay que agradecerle, y mucho, que haya roto con los “fundados respetos”, para subir a la escena este estupendo texto que llena de nueva savia nuestro teatro clásico.

Sobre la escena, Ana Wagener nos adentra en nuevas facetas del personaje de Laurencia: la infancia, la pérdida de su madre, las jóvenes ilusiones, para continuar adentrándose en esa historia que narra y se representa desde hace más de 400 años. Pero esta narración es distinta, Laurencia es una mujer mayor y aquí el relato de la historia es en primera persona. Y en ese monólogo recitado, Ana Wagener se lleva al público con su voz a un viaje en el tiempo que recrea el miedo, la rebeldía, la dignidad, la justicia, los sueños rotos. Y entonces Ana Wagener desaparece de la escena, porque la magia del teatro nos pone frente a Laurencia, la auténtica, la verdadera, de carne y hueso durante todo el recital, un placer estar cara a cara con Laurencia. ¡Muy grande Ana! ¡Si Lope levantara la cabeza!
Durante todo este recital teatral, a nuestra Laurencia la acompaña la guitarra flamenca de Antonia Jiménez, que pondrá también voz y percusiones, que mano a mano con Ana Wagener vadean los silencios, dando ritmo y compás.

El escenario es sencillo, pero clásico, humilde, con un aire místico del XVII, la luz crece, muere y renace durante toda la obra, creando lugares diferentes sin cambiar de espacio. El fondo se llena con una pantalla que se rompe con mínimos enunciados, hay vacíos necesarios en un espacio tan corto con los tiempos tan bien marcados, todo es un engranaje perfecto. Y no podría ser de otra manera con la dirección de Aitana Galán, es así siempre, sencillamente admirable: “Una actriz, una guitarra y un apunte plástico en el que hemos querido recordar a la pintora barroca Artemisia Gentileschi nos han bastado para quitarnos –en esta ocasión– la máscara.” Aitana dixit.
Puro talento desde el texto, la interpretación y la dirección que ponen la mayúscula a la palabra Teatro. Sin dejar de compartir su historia con la Laurencia de 1619, la que he visto hoy está totalmente viva para 2025, porque hay muchas Laurencias, porque sigue habiendo mucha dignidad frente a las tiranías.
Vayan a verla, me lo agradecerán.
Ficha artística:
Dirección: Aitana Galán.
Texto: Alberto Conejero.
Asesoría plástica: Anselmo Gervolés. Iluminación: Javier Ruiz de Alegría.
Videocreación: Alba Trapero. Ayudante de dirección: Ramón Perera.
Reparto: Ana Wagener. Guitarra flamenca: Antonia Jiménez.
Temas musicales originales de la guitarrista y compositora Antonia Jiménez y versiones de: «Niña y viña», villancico anónimo del Renacimiento español, Cancionero de la Colombina; «Rondeña o bolero de Orellana», canción popular extremeña utilizada por Antonio Gades en su montaje de Fuenteovejuna (1994); «Soleá de Arcas», del guitarrista Julián Arcas (1832-1882).
Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico
¿Cuándo? ¿Dónde?
Hasta el 26 de octubre, de martes a domingo.
A las 18:00 horas.
Teatro de la Comedia- Sala Tirso de Molina.
Calle Príncipe, 14, Madrid.
– Imagen de portada: Ana Wagener en la obra Anciana sentada de Antonio Puga. Por cortesía del Museo del Prado. Fotografía de Sergio Parra.
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