Después de Asad: La verdadera batalla de Siria acaba de comenzar
 
					Por Tatiana Svorou*
Para aquellos que se preocupan por el futuro de Siria ahora que Bashar al-Asad ha huido tras 54 años de gobierno autoritario, es importante analizar más detenidamente el origen de estas preocupaciones. ¿Cuál es exactamente el temor? ¿Es la posibilidad de que se produzca el caos en un país ya devastado por la guerra, donde las milicias sectarias y las potencias extranjeras han causado una destrucción inimaginable? ¿O es la perspectiva de inestabilidad en una nación donde la mitad de la población ha sido desplazada y los que se han quedado han sufrido encarcelamientos, pérdidas y una lucha por sobrevivir? La verdad es que el caos no es una amenaza lejana para Siria, sino que ha sido su cruda realidad durante más de una década.
Sin embargo, gran parte de ese temor no surgió con la huida de Asad, ya que el régimen se nutrió de la inseguridad, transformando la diferencia en sospecha y dependencia. En contraposición a esta historia, el lamento por «perder Siria» exige una reconsideración. En consecuencia, la idea de la violencia sectaria merece un examen más profundo, ya que el sectarismo en Siria nunca fue espontáneo. El régimen lo utilizó como arma, sin perdonar a nadie de su brutalidad, independientemente de su religión o secta. Se apoyó en milicias de Irán, Líbano, Iraq y Afganistán para reprimir a su propio pueblo, y hemos visto que, desde Hula hasta Ghuta, desde Idlib hasta Daraa, sus crímenes dejaron cicatrices en todas las comunidades. Los detenidos drusos, los mártires cristianos, los prisioneros musulmanes y los disidentes alauíes se convirtieron en víctimas de una estrategia diseñada para dividir y vencer, sin dejar a nadie indemne. En este contexto, cuando se habla de «perder Siria», la cuestión se vuelve más compleja. ¿Qué Siria se está perdiendo? ¿La que despojó a las familias del pan, el agua y la electricidad, o la que expulsó a millones de personas de sus hogares y las redujo a cifras anónimas en campos de refugiados superpoblados? Esa Siria ya estaba destrozada, fragmentada y explotada mientras el mundo permanecía impasible. Para comprender este miedo persistente es necesario considerarlo como una forma de memoria colectiva más que como una emoción aislada. Es el residuo de décadas de violencia y despojo que siguen configurando la vida social. La recuperación de una experiencia así rara vez es un acontecimiento singular o espectacular, sino que se sustenta en el trabajo silencioso y cotidiano con el que las personas y las comunidades reconstruyen el tejido de la vida diaria.

La magnitud de las necesidades humanitarias sigue siendo enorme. Más de 16,7 millones de personas —alrededor del 71% de la población— necesitan asistencia, unos 7,2 millones son desplazados internos y aproximadamente 6,2 millones viven como refugiados en el extranjero. Mientras tanto, alrededor de un millón de sirios han regresado desde la caída de Asad. No obstante, a pesar de todo ello, han surgido formas de reconstrucción desde dentro. Las iniciativas locales de recuperación en Homs, Daraa e Idlib han comenzado a restaurar la vida social a través de proyectos impulsados por la comunidad, muchos de ellos con el apoyo de ONG y agencias de la ONU. Las evaluaciones de recuperación temprana del PNUD para 2025 indican que los comités vecinales, las cooperativas de mujeres y los proyectos de subsistencia a pequeña escala han restablecido los mercados y las escuelas informales en las zonas afectadas por el conflicto. Del mismo modo, el Consejo Noruego para los Refugiados documenta los consejos de mediación comunitaria, los programas de educación informal y los planes de dinero por trabajo que han fortalecido la confianza social y reducido la dependencia de la ayuda externa en el sur y el noroeste de Siria. Estas iniciativas representan «pequeñas economías de confianza», actos de cooperación silenciosos y acumulativos que rechazan la dependencia y demuestran que se puede reconstruir el orden colectivo sin reproducir las jerarquías del pasado.
No obstante, persisten los retos estructurales y políticos. Las elecciones parlamentarias del 5 de octubre de 2025, ampliamente publicitadas como el renacimiento democrático de Siria, revelaron los límites del cambio institucional. Las mujeres ocupan alrededor del 9,6% de los escaños, se eligió a dos cristianos y muchos distritos, especialmente las zonas kurdas y drusas, quedaron excluidos o se pospusieron debido a la inseguridad. Al mismo tiempo, las Fuerzas Democráticas Sirias siguen abogando por la autonomía federal en el noreste, mientras que el Gobierno provisional, liderado por el presidente Ahmed al Sharaa, lucha por consolidar su legitimidad en unas regiones fragmentadas. Se trata de una paradoja común a muchas transiciones posautoritarias: las nuevas formas de representación coexisten con una desigualdad arraigada. Como resultado, las estructuras de poder siguen reproduciéndose bajo el vocabulario de la reforma, configurando el comportamiento político incluso cuando este pretende trascender el pasado.
Esta persistencia de la jerarquía no surge de la nada. La han producido décadas de colonización interna. El antiguo régimen gobernaba mediante una lógica de dominación dirigida hacia el interior: la subyugación de su propia población a través de la jerarquía y el miedo. En consecuencia, la dependencia llegó a parecer más segura que la autonomía. Para superar esa situación, Siria debe emprender un proceso de descolonización desde dentro: desmantelar no sólo las instituciones del régimen, sino también los supuestos sociales y epistémicos que las sustentaban. Incluso después de la liberación política, las jerarquías heredadas perduran a través del control del conocimiento, la representación y las oportunidades económicas. Por lo tanto, la reconstrucción de Siria debe evitar reproducir la dependencia de los donantes, los ejércitos extranjeros o las burocracias centralizadas. En cambio, debe basar la soberanía en marcos morales reales que guíen la cooperación diaria.
Este principio se puso a prueba cuando el presidente interino Sharaa visitó Moscú el 15 de octubre de 2025 para «redefinir» las relaciones con Rusia. Sin embargo, su declaración fue menos un gesto diplomático que una prueba de autonomía. Por lo tanto, la verdadera soberanía no se lograría mediante nuevas alianzas, sino recuperando la autoridad para definir las prioridades de Siria desde dentro. Esto implica escuchar los conocimientos ya arraigados en los consejos locales, las cooperativas agrícolas y las comunidades desplazadas, en lugar de importar modelos prefabricados de gobernanza o desarrollo. Las evaluaciones sobre el terreno realizadas por el PNUD en 2025 ponen de relieve que los proyectos de recuperación dirigidos a nivel local en provincias como Hama y Alepo demuestran una mayor participación y legitimidad de la comunidad que los programas diseñados desde el exterior. Estos resultados ilustran que una recuperación significativa surge de prácticas de responsabilidad mutua y de simples actos de cuidado, enseñanza y reconstrucción colectiva llevados a cabo dentro de los límites del desplazamiento y la escasez. Por lo tanto, el futuro de Siria podría depender menos de las instituciones formales que de estas redes arraigadas de trabajo ético cotidiano que recrean silenciosamente la confianza social.
Además, la reconstrucción moral de Siria depende de cómo recuerde el país. Por ejemplo, los restos del antiguo aparato de seguridad han intentado reubicar fosas comunes para borrar las pruebas de los crímenes estatales. Sin embargo, la memoria no se puede borrar. Las comunidades se curan si al reintegrar la violencia en el tejido de la vida cotidiana, se transforma el recuerdo en rendición de cuentas. Las iniciativas lideradas por sirios que recopilan testimonios, marcan los lugares de enterramiento y conservan los archivos de los desaparecidos constituyen, por tanto, la base de la justicia. En última instancia, la soberanía reside en la capacidad de un maestro para reabrir un aula, de un agricultor para regar sus tierras y de una madre para inscribir a su hijo sin miedo. Al recuperar el lenguaje de la autodefinición, los sirios ya están comprometidos con ese acto: nombrar su futuro en sus propios términos y reafirmar una imaginación política moldeada no sólo por la supervivencia, sino también por la dignidad.
El miedo, entonces, no debe paralizar este momento. Si el pasado de Siria nos ha enseñado algo, es que rechazar esta oportunidad supone correr el riesgo de repetir el mismo ciclo de opresión y pérdida. El miedo es una respuesta natural a la incertidumbre, pero la esperanza debe marcar el camino. Por primera vez en décadas, Siria tiene la oportunidad de pertenecer a su pueblo. Se trata de un momento único y crucial para recuperar la soberanía, reconstruir la confianza y sentar las bases de un futuro más justo y equitativo. Es un momento que no se puede desperdiciar.
– Foto de portada: La gente planta retoños de higuera en memoria de aquellos cuyo destino sigue siendo desconocido en las prisiones del antiguo régimen de Bashar al-Asad, como parte del Día Internacional de los Desaparecidos en Idlib, Siria, el 30 de agosto de 2025. [Bakr Al Kasem/Anadolu]
* Nota original: After Assad: Syria’s real battle has just begun.
Tatiana Svorou es especialista en comunicación y defensa humanitaria con experiencia sobre el terreno en crisis de desplazamiento en Europa, Oriente Medio y África. Tiene un máster en Gestión de Medios y Comunicaciones de Flujos de Refugiados/Migración y ha participado activamente en respuestas humanitarias de primera línea desde 2015, desde Grecia y los Balcanes hasta zonas de conflicto con Médicos Sin Fronteras, Save the Children e IMPACT Initiatives. Sus escritos exploran las historias humanas que hay detrás del desplazamiento, la política humanitaria y las narrativas de los medios de comunicación, y han aparecido en medios griegos e internacionales, como Independent Australia y The Middle East Monitor.
– Traducido por Sinfo Fernández para ‘Voces del Mundo’
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