Ayuso y el efecto «Streisand»
Por Joan Martí
Pocas veces la política española ha ofrecido un espectáculo tan paradójico como el de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid. Un personaje que, de no ser por el Madrid-centrismo imperante en el ecosistema mediático nacional, probablemente sería una presidenta o consejera más de otra comunidad autónoma de las 17, perdida en la intrascendencia de la política regional.
De cómo la izquierda construye sus propios verdugos
Sin embargo, el circo mediático, especialmente el de izquierdas, la ha encumbrado hasta convertirla en un fenómeno imparable. Es la historia de cómo la mediocridad, bien publicitada, puede transformarse en un arma política letal.
Un expediente académico mediocre tirando a malo, que se niega a exhibir contra viento y marea como gato panza arriba, y una trayectoria política discreta dentro del Partido Popular, en el que no destacaba por su brillantez intelectual o su carisma antes de 2019. Su ascenso a la presidencia de Madrid fue fruto de las luchas internas del PP más que de sus dotes políticas. Sin embargo, una vez en el cargo, su estilo directo, simplista, chulapo-madrileño-chovinista y confrontativo, encontró el caldo de cultivo perfecto en el aparato mediático de izquierdas, hambriento de un villano al que poder señalar.
Cada rueda de prensa, cada declaración polémica, cada escándalo –Avalmadrid, las mascarillas, las residencias, el ático de su pareja– fue amplificado hasta la saciedad. Las portadas de los diarios, las tertulias radiofónicas y los monólogos de YouTube se llenaron de su imagen. Se la criticaba, sí, y con más razón que un santo, -valga el aforismo demodé– pero se le daba el oxígeno más valioso que hay en política: la atención. La izquierda, en su afán por mostrar la “incapacidad” y la “corrupción” de Ayuso, -algo más que evidente y con resultado a menudo criminal- cometió un error de cálculo monumental. No entendió que, para una parte creciente del electorado, las críticas furibundas de esos medios, no hacían sino validar a la presidenta como heroína del cuñadismo ágrafo popular. Cada titular era un cartel de campaña de gratis total.
Asesorada por el tal Miguel Ángel Rodríguez (MAR), un jefe de gabinete tan hábil como ayuno de escrúpulos y- según se dice- de licor, supo navegar este tsunami mediático a la perfección. Transformó cada acusación en una prueba de que “la casta” (ahora encarnada según ella por la izquierda y sus medios afines) la perseguía por atreverse a desafiar el relato único. La prensa de izquierdas, creyendo que estaba clavando una lanza, solo estaba afilando la del adversario. El “Ayuso, dimisión” se convirtió en el eslogan no oficial de una campaña de marketing que ella nunca se podría haber pagado.
Esta dinámica perversa no es nueva. Es un dejà vu estratégico que ya vivimos con VOX. Hace apenas unos años, VOX era un partido marginal, (entre el 0,23% y el 1,57% del voto desde 2014 a 2019), un residuo nostálgico del que el PP quería deshacerse. Pero el aparato del PSOE, en su ingenua estrategia, decidió utilizar a VOX para golpear al PP. La idea era sencilla: forzar al Partido Popular a definirse frente a la ultraderecha, fragmentando así el voto de la derecha y presentando al PP como un partido contaminado.
La maquinaria mediática cercana al PSOE se puso en marcha. VOX empezó a aparecer en todos los debates, en todas las tertulias, en todas las portadas. Se les daba cancha, se les exponía, se les convertía en el fantasma que amenazaba la democracia. El resultado no pudo ser más contrario al deseado. Lo que la izquierda vio como una criatura de ficción a la que poder señalar con el dedo, la parte del electorado más desinformada, lo empezó a ver como una opción real, por su aureola de antisistema. De la insignificancia electoral, VOX pasó a entrar en el Parlamento Andaluz, luego en el Congreso, y hoy es la tercera fuerza política nacional, con una previsible alianza con el PP que, ironías del destino, puede acabar por desalojar al PSOE del gobierno tras las próximas elecciones. El PSOE, en su intento de usar a VOX para debilitar al PP, no hizo más que fabricar al monstruo que ahora amenaza con devorarlo. (Antes de que se me reproche, y con razón, aclaro que es obvio que hay una corriente de extrema derecha en Europa y en los EEUU y algunos países de Latinoamérica, que sube como la espuma y que ha favorecido el fenómeno del neofascismo electoral, pero una cosa no quita la otra)
Y así volvemos al punto de partida: Ayuso. La izquierda formal -difícil, por cierto, de diferenciar del centro posibilista-, y su ecosistema mediático, cegados por su propio reflejo condicionado de “denunciar al enemigo”, son incapaces de ver que su estrategia es un bumerán. Mientras se desgañitan exponiendo los desmanes de la presidenta madrileña, millones de ciudadanos no ven su corrupción, -más que evidente e incursa en el Código Penal- sino a una chulapa madrileña acosada por el establishment. No ven la incompetencia, sólo ven la resistencia y el orgullo del madrileñismo capitalino atacado por las hordas de la izquierda. (¡Válgame dios, eso si que es imaginación!) Asi que el Madrid-centrismo juega aquí un papel crucial. Lo que sucede en Madrid, gracias a la concentración de sedes mediáticas, se convierte en noticia nacional. Una figura como Ayuso, en Extremadura o en La Rioja, nunca habría generado la misma espiral de atención y, por tanto, de poder. El monstruo mediático necesita un escenario grande, y Madrid se lo proporciona. Como valenciano, me importa una mierda esta pija ágrafa, (imagino que a los catalanes, extremeños, asturianos, murcianos o riojanos les pasa lo mismo), pero todos los días tenemos IDA (precioso acrónimo en el que en este caso el significante recoge el significado a rajatabla) para dar y tomar… y aburrir de leer las historias de esta indigente intelectual que en el diario.es, público, infolibre, el país, etc. ocupa la primera plana, un día si y el siguiente también, como si el resto de España no existiera.
El verdadero misterio no es la habilidad de Ayuso o de VOX, sino la torpeza estratégica de una izquierda que ha olvidado las leyes básicas de la comunicación política. En su afán por combatir a esta menda, le ha regalado el bien más preciado: la omnipresencia mediática. Han convertido a una política de perfil mediocre, con delayed mental más que evidente, en una musa mediática, y a un partido marginal en una clave de gobierno. Si al final el PP y VOX llegan al poder, deberían enviar un ramo de flores a las redacciones de los periódicos y a las sedes del PSOE. Sus mejores aliados que, aunque no lo sepan, estuvieron siempre en la trinchera equivocada.
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