Nunca fue una «guerra» en Gaza. Y el «alto el fuego» es una mentira del mismo calibre

Nunca fue una «guerra» en Gaza. Y el «alto el fuego» es una mentira del mismo calibre

Por Jonathan Cook*

Los altos el fuego se pueden mantener cuando las dos partes en conflicto han llegado a un punto muerto militar, o cuando los incentivos para que cada una de ellas deponga las armas superan a los de continuar con el derramamiento de sangre.

Nada de esto se aplica en Gaza.

Los últimos dos años en el enclave han sido muchas cosas. Pero lo único que no han sido es una guerra, por mucho que los políticos y los medios de comunicación occidentales nos lo quieran hacer creer.

Lo que significa que la narrativa actual de un «alto el fuego» es tan falsa como la narrativa anterior de una «guerra de Gaza».

El alto el fuego no es «frágil», como se nos sigue diciendo. Es inexistente, como lo demuestran las continuas violaciones de Israel, desde sus soldados que siguen matando a tiros a civiles palestinos hasta el bloqueo de la ayuda prometida.

Entonces, ¿qué está pasando realmente?

Para entender el «alto el fuego» y el aún más ilusorio «plan de paz» de 20 puntos del presidente estadounidense Donald Trump, primero tenemos que entender qué se ocultaba tras la retórica anterior de la «guerra».

Durante los últimos 24 meses, hemos sido testigos de algo profundamente siniestro.

Hemos presenciado la matanza indiscriminada de una población mayoritariamente civil, que ya llevaba 17 años sometida a un asedio, a manos de Israel, un gigante militar regional apoyado y armado por el gigante militar mundial que es Estados Unidos.

Hemos contemplado la destrucción de casi todas las viviendas de Gaza, que ya era un campo de concentración para su población.

Las familias se vieron obligadas a refugiarse en tiendas de campaña improvisadas, como ya les había ocurrido décadas atrás cuando fueron expulsadas a punta de pistola de sus tierras en lo que hoy es Israel. Pero esta vez han quedado expuestas a una mezcla tóxica del polvo de los escombros de sus antiguos hogares y los materiales residuales de tantas bombas como las lanzadas sobre Hiroshima que cayeron sobre el enclave.

Hemos visto cómo una población cautiva ha pasado hambre durante meses, en lo que, en el mejor de los casos, ha sido una política descarada de castigo colectivo, un crimen contra la humanidad por el que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, está siendo perseguido por la Corte Penal Internacional.

Cientos de miles de niños de Gaza han sufrido daños físicos, además de traumas psicológicos, por una malnutrición que ha alterado su ADN, daños que muy probablemente se transmitirán a las generaciones futuras.

Vimos cómo los hospitales de Gaza eran desmantelados sistemáticamente, uno por uno, hasta que todo el sector sanitario quedó vacío, incapaz de hacer frente ni a la avalancha de heridos ni a la creciente oleada de niños desnutridos.

Vimos operaciones de limpieza étnica a gran escala, en las que las familias —o lo que quedaba de ellas— eran expulsadas de las «zonas de muerte» a zonas que Israel calificaba de «zonas seguras», sólo para que esas zonas seguras se convirtieran rápidamente, sin declararlo, en nuevas zonas de exterminio.

Y mientras Trump intensificaba la presión para lograr un «alto el fuego», vimos cómo Israel desataba una orgía de violencia, destruyendo cuanto pudo de la ciudad de Gaza antes de que llegara la fecha límite para detenerse.

La retórica de la «guerra de Gaza»

Nada de esto puede, ni debe, describirse como una guerra.

Las Naciones Unidas, todas las principales organizaciones de derechos humanos del mundo, incluida la israelí B’tselem, y el principal organismo mundial de estudiosos del genocidio coinciden en que lo que ha ocurrido en Gaza cumple la definición de genocidio, tal y como se establece en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Genocidio, ratificada por Israel, Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea.

No obstante, la retórica de Israel y Occidente sobre la «guerra» ha sido crucial para vender al público occidental una retórica igualmente deshonesta sobre un «alto el fuego» y esperanzas de «paz».

La mentira del actual alto el fuego es la contrapartida de la mentira sobre la «guerra de Gaza» que se nos ha contado durante los últimos dos años. El encuadre tiene exactamente el mismo propósito: disimular los objetivos más amplios de Israel.

El martes, en medio del «alto el fuego», mientras se intercambiaban los cadáveres de israelíes y palestinos, Israel seguía matando a más palestinos. El Financial Times fue uno de los medios de comunicación que informó de que los soldados israelíes habían matado a «varios» palestinos ese día.

Con anterioridad, los soldados israelíes publicaron vídeos en los que se les veía retirándose de la ciudad de Gaza y prendiendo fuego a casas, suministros alimentarios y una planta de tratamiento de aguas residuales de vital importancia.

En otras palabras, Israel nunca tuvo intención alguna de detener sus ataques.

Se trata de un patrón habitual.

Israel asesinó al menos a 170 palestinos durante un «alto el fuego» anterior negociado por Trump en enero, que luego rompió unilateralmente semanas más tarde para poder reanudar el genocidio.

Y en el Líbano, donde se supone que ha estado en vigor un alto el fuego durante el último año, supervisado por Estados Unidos y Francia, ha quedado registrado que Israel ha incumplido sus términos en más de 4.500 ocasiones.

Como observó el exembajador británico Craig Murray sobre el período de alto el fuego, Israel «ha matado a cientos de personas, incluidos bebés, ha demolido decenas de miles de viviendas y se ha anexionado cinco zonas del Líbano».

¿Alguien imagina que Gaza, un pequeño territorio sin ejército ni atributos de Estado, va a salir mejor parado que el Líbano tras el alto el fuego israelí?

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, habla durante una cumbre de líderes mundiales para poner fin a la guerra de Gaza en Sharm el-Sheikh el 13 de octubre de 2025

La farsa del alto el fuego

El alto el fuego puede ser una tregua temporal en el genocidio que Israel lleva dos años perpetrando contra Gaza, pero no hace nada para poner fin a la ocupación israelí de los territorios palestinos, que dura ya décadas y es la causa que ha desencadenado la «guerra».

La ocupación continúa.

Tampoco contribuye en nada a poner fin al sistema de apartheid de Israel sobre los palestinos, declarado ilegal por el tribunal más alto del mundo el año pasado.

Después, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) exigió a Israel que se retirara inmediatamente de los territorios palestinos ocupados, incluida Gaza, y que otros Estados presionaran para que así lo hiciera.

La Asamblea General de la ONU dio a Israel hasta el mes pasado para cumplir la sentencia de la CIJ. Israel no sólo ha ignorado ese plazo. Incluso durante el actual «alto el fuego», los soldados israelíes siguen estando directamente estacionados en más de la mitad de Gaza.

Además, por supuesto, Israel sigue controlando todo el territorio de Gaza a distancia mediante sus drones espías, drones de ataque y aviones de combate, tecnología de vigilancia y bloqueos terrestres y navales.

Debería ser una obviedad que un Estado empeñado en el genocidio no tiene motivos para detenerlo a menos que se vea obligado a hacerlo por una parte más fuerte.

Trump ha estado pisando fuerte en la escena mundial fingiendo hacer precisamente eso, presionando a Israel y a Hamás. Pero sólo los crédulos —y la clase política y mediática occidental— se tragan esta farsa.

El «alto el fuego» no es «frágil». Se estableció para que fracase, no para allanar el camino hacia la paz. Su verdadero propósito es proporcionar a Israel un nuevo mandato para reanudar el genocidio.

Prisioneros deshumanizados

Durante décadas, los palestinos se han visto obligados a vivir en una situación sin salida: condenados si lo hacen, condenados si no lo hacen.

Cualquier resistencia ante su brutal ocupación da lugar a una matanza —o «segar el césped», como lo denomina Israel— y a su designación como «terroristas».

Pero la política de no resistencia, aplicada por la complaciente Autoridad Palestina de Mahmud Abás en Cisjordania, deja a los palestinos en la estacada, viviendo como prisioneros permanentes y deshumanizados bajo el dominio israelí, hacinados en reservas cada vez más reducidas, mientras que las milicias judías tienen licencia para construir asentamientos en sus tierras.

El mismo tipo de «opción» falsa es fundamental en el actual «alto el fuego».

Hamás ha conseguido un intercambio de rehenes -después de que miles de palestinos fueran capturados en la calle (y miles más serán capturados pronto para sustituirlos)-, mientras que la población de Gaza obtiene un breve respiro de la campaña genocida de hambre de Israel. Esa fue la fórmula para acorralar a Hamás y que aprobara un acuerdo de alto el fuego que sabe muy bien que está plagado de trampas.

La más obvia es la exigencia a Hamás de que devuelva a los últimos israelíes que quedan cautivos en Gaza, incluidos 28 cadáveres, a cambio de unos 2.000 rehenes palestinos que se encuentran en prisiones israelíes. El acuerdo establecía un plazo de 72 horas para el intercambio.

A Hamás le ha resultado muy difícil localizar los lugares donde se encuentran los cadáveres. Hasta ahora han devuelto 10, aunque uno de ellos no parece ser israelí.

El páramo en que se ha convertido Gaza cuenta con pocos puntos de referencia para identificar la ubicación de los lugares de enterramiento originales. Y las montañas de escombros bajo las que yacen los cadáveres de los israelíes -creadas por las bombas antibúnker suministradas por Estados Unidos que Israel lanzó y que muy probablemente los mataron- son casi imposibles de mover sin maquinaria pesada, de la que Gaza carece por completo.

Incluso si se pudieran identificar los lugares y retirar los escombros, Hamás podría descubrir que los cuerpos ya no existen, que han quedado desintegrados, junto con las víctimas palestinas, por las bombas israelíes. Y, por supuesto, hay otro problema probable: algunos de los cuerpos podrían encontrarse en la más de la mitad de Gaza que Israel sigue ocupando y a la que Hamás no tiene acceso.

Como ha admitido el Comité Internacional de la Cruz Roja, árbitro neutral por excelencia, encontrar los cadáveres en estas circunstancias será un «reto inmenso».

Otra paradoja.

Cabe destacar que, aunque los medios occidentales se han apresurado a amplificar las acusaciones israelíes sobre la mala fe de Hamás en cuanto a la devolución de los cadáveres, así como el sufrimiento de las familias israelíes que esperan, han prestado poca atención a las condiciones en las que se encontraban los cadáveres palestinos devueltos por Israel.

Los cadáveres refrigerados llegaron al hospital Nasser de Gaza sin ningún tipo de identificación, y el personal no pudo realizar pruebas de ADN debido a la destrucción infligida por Israel a sus instalaciones. Las familias no tendrán ni idea de quiénes son sus seres queridos a menos que intenten identificarlos personalmente.

Será una tarea espantosa y angustiosa. Los médicos señalaron que los cadáveres devueltos seguían esposados y con los ojos vendados, ejecutados con balas en la cabeza y con claros signos de haber sido torturados antes y después de su muerte.

Mientras tanto, incluso antes de que se cumpliera el plazo de 72 horas para el intercambio, Israel aprovechó el retraso para renovar el bloqueo de Gaza, restringiendo la ayuda que se necesitaba desesperadamente para hacer frente a la hambruna que había provocado.

Más inquietante aún, según informan los medios de comunicación israelíes, Estados Unidos ha acordado una «cláusula secreta» con Israel para permitirle reanudar su «guerra» genocida si Hamás no puede entregar todos los cadáveres en el plazo de tres días.

Punto muerto

Así pues, si Hamás puede evitar este escollo, existe el requisito de que el grupo deponga las armas. Esto se presenta como una condición previa para la «paz». Pero lo único seguro es que, incluso si Hamás se desarmara, el resultado no sería la paz.

Esta semana, en su estilo habitual, Trump profirió amenazas indefinidas.

«Si ellos [Hamás] no deponen las armas», dijo, «nosotros las depondremos por ellos». Añadió que, si Estados Unidos se involucraba, «ocurriría rápidamente y quizá de forma violenta. Pero depondrán las armas».

Esto pone intencionadamente a Hamás y a otros que luchan con armas contra la ocupación israelí -un derecho reconocido por el derecho internacional- en una encrucijada.

En primer lugar, una población desarmada en Gaza estará aún más indefensa ante los ataques israelíes.

Independientemente de si la estrategia militar de Hamás es correcta o incorrecta, es difícil ignorar el hecho de que el prolongado coste de los combates para las tropas israelíes, en términos de trauma psicológico y número de víctimas, ha servido como una especie de presión compensatoria.

Un gran número de israelíes han salido a las calles para oponerse a las acciones de Netanyahu en Gaza, pero no, como muestran las encuestas, porque la mayoría se preocupe por los cientos de miles de palestinos muertos y mutilados allí.

Más bien, sus protestas han sido impulsadas por la preocupación por la difícil situación de los cautivos israelíes en Gaza y por las bajas de soldados israelíes.

Hamás, y gran parte de la población de Gaza, temen que el desarme incline aún más la balanza del análisis coste-beneficio entre los israelíes hacia la continuación del genocidio. Se corre el riesgo de que Israel derrame más sangre, en lugar de alcanzar la paz.

Un dilema sin salida

En segundo lugar, es poco probable que Hamas acepte desarmarse cuando hay clanes criminales, armados y respaldados por Israel, algunos de ellos vinculados al Estado Islámico, merodeando por las calles de Gaza.

Los palestinos saben desde hace tiempo que la ambición de Israel es socavar los principales movimientos de liberación nacional palestinos, ya sea Hamás o Fatah, promoviendo en su lugar a señores de la guerra feudales.

Hace 14 años, un analista palestino me advirtió de los peligros de lo que él denominaba el plan de Israel para la «afganización» de Gaza y Cisjordania.

La estrategia definitiva de Israel de «divide y vencerás» consistiría en promover a líderes de clanes rivales que se centran en proteger sus propios pequeños feudos y en luchar entre sí, en lugar de intentar resistir la ocupación ilegal y buscar un Estado palestino unificado.

En el punto álgido del genocidio, los clanes demostraron lo peligroso que podía ser este desarrollo para los palestinos de a pie. Con la ayuda de Israel y con Hamás acorralado en sus túneles, estas bandas saquearon camiones de ayuda humanitaria, robaron la ayuda destinada a las familias más débiles, se quedaron con los alimentos para sus propias familias y vendieron el resto a precios exorbitantes que pocos podían permitirse. Todos los demás pasaron hambre.

Si Hamás se desarma, estos clanes tendrán vía libre, con el apoyo de Israel. Ni Hamás ni la mayoría de la población de Gaza quieren que eso ocurra. Ese no es el camino hacia la paz, sino hacia la continuación de la brutal ocupación israelí, subcontratada en parte a los señores de la guerra locales.

Curiosamente, Trump parece comprender algo de esto. El martes dijo que Hamás «eliminó a un par de bandas que eran muy malas… mataron a varios miembros de las bandas. Para ser sincero, eso no me molestó mucho. No pasa nada».

Entonces, ¿qué cree Trump que pasará si Hamás depone las armas, como él e Israel han insistido en que hagan? ¿No volverán a campar a su libre albedrío estas «bandas muy malas»?

Ese es precisamente el dilema en el que Israel quiere sumir a Hamás y a Gaza, uno en el que todos pierden.

Enturbiar las aguas

El miércoles, Trump volvió a enturbiar las aguas al advertir que, si Hamás no se desarmaba, Israel reanudaría sus ataques contra Gaza «tan pronto como yo lo ordene».

Al día siguiente fue más allá, sugiriendo que los propios Estados Unidos podrían actuar en Gaza. Escribió en su Truth Social: «Si Hamás sigue matando gente en Gaza, lo cual no era parte del acuerdo, no tendremos más remedio que entrar y matarlos».

Así pues, ¿qué se supone que llenará el vacío creado en el doblemente improbable caso de que Hamás se disuelva y Israel se retire por completo de Gaza?

Palestinas pasan junto a un cartel de Marwan Barghouti

Israel ha insistido en que no haya gobierno palestino en el enclave, ni siquiera el régimen de Abbas en Cisjordania. Israel también sigue negándose a liberar a Marwan Barghouti, el líder de Fatah encarcelado desde hace mucho tiempo, que es la única figura unificadora en la política palestina y al que a menudo se le conoce como el Nelson Mandela palestino.

Si Israel estuviera realmente interesado en poner fin a la ocupación y en la «paz», Barghouti sería la persona obvia a la que recurrir. En cambio, hay informes de que, una vez más, está siendo brutalmente golpeado por los guardias de la prisión israelí, lo que pone su vida en peligro.

La visión de Trump para los próximos años sólo ofrece su infame «Junta de Paz», una administración de estilo colonial sin complejos que se espera que esté encabezada por el virrey Tony Blair. Hace dos décadas, el ex primer ministro británico ayudó a Estados Unidos a destruir Iraq, lo que provocó el colapso total de sus instituciones y la muerte masiva de su población.

La «Junta de Paz» de Trump se instalaría supuestamente en Egipto, no en Gaza.

Sobre el terreno, Trump prevé una «fuerza de estabilización» extranjera. Pero sus tropas, suponiendo que lleguen a aparecer, probablemente no serán más eficaces a la hora de hacer frente a la agresión israelí que lo han sido durante décadas sus homólogos de mantenimiento de la paz en el Líbano.

Israel ha atacado repetidamente a las fuerzas de paz de la ONU en el sur del Líbano, mientras que la presencia de las fuerzas de la ONU no ha servido para frenar las continuas violaciones del «alto el fuego» por parte de Israel.

Una fuerza de estabilización poco podrá hacer para impedir que Israel interfiera directamente en Gaza mediante asesinatos con drones; restricciones a las importaciones de hormigón, alimentos y suministros médicos; y un bloqueo naval de las aguas territoriales del enclave.

La visión de «paz» de Trump es la de palestinos que malviven entre las ruinas de Gaza, a merced de los drones israelíes que los vigilan constantemente.

Ramy Abdu, presidente del Euro-Mediterranean Human Rights Monitor, declaró esta semana a The Intercept que lo más probable es que en las próximas semanas y meses veamos cómo Israel pasa de un genocidio indiscriminado a lo que él denomina un «genocidio controlado, un desplazamiento forzoso controlado».

Israel podrá ahora sentarse a esperar, obstaculizar la reconstrucción del enclave y enviar un mensaje claro a una población indigente de que su salvación nunca se encontrará en Gaza.

El futuro de Cisjordania tampoco será de paz, sino que Israel intensificará las atrocidades allí y creará mini-Gazas a partir de las pequeñas reservas urbanas en las que se ha ido confinando progresivamente a los palestinos.

La resistencia palestina no terminará en tales circunstancias. Ningún pueblo en la historia se ha resignado jamás a la servidumbre y la opresión permanentes. Los palestinos no serán una excepción.

– Foto de portada: Vista de edificios destruidos, en medio de un alto el fuego entre Israel y Hamás, en la ciudad de Gaza el 16 de octubre de 2025 (Reuters).
* Nota original: It was never a Gaza ‘war’. The ‘ceasefire’ is a lie cut from the same cloth.
Jonathan Cook es autor de tres libros sobre el conflicto palestino-israelí. Ha ganado el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Vivió en Nazaret durante veinte años, de donde regresó en 2021 al Reino Unido. Sitio web y blog: www.jonathan-cook.net
– Traducido por Sinfo Fernández para Voces del Mundo’

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