Gala del Gran Museo Egipcio: un espectáculo imperial acosado por la historia

Gala del Gran Museo Egipcio: un espectáculo imperial acosado por la historia

Por Hicham Safieddine*

La importancia histórica y las contribuciones civilizatorias del Egipto faraónico son indiscutibles. Pero la reciente ceremonia de inauguración del Gran Museo Egipcio no fue una celebración cultural de la gloria antigua. Fue un acto político y, contrariamente a lo que parece, un síntoma de soberanía comprometida y de fracaso nacional.

La fastuosa gala, celebrada el 1 de noviembre con las pirámides de Giza como telón de fondo, tenía todas las características de la propaganda política de la historia moderna. En el pasado se han organizado espectáculos similares de gran repercusión mediática para apuntalar regímenes en momentos de sumisión a potencias extranjeras, creciente dependencia del dinero privado o de la riqueza extractiva y creciente impopularidad en el país.

En el momento de su ejecución, estas ferias de vanidad impresionaron al mundo y dieron a sus anfitriones una falsa sensación de poder excedente y legitimidad renovada. En retrospectiva, no fueron más que signos reveladores de la decadencia y la eventual desaparición de estos regímenes.

Uno de los ejemplos más famosos tuvo lugar en el propio Egipto hace más de 150 años. En 1871, El Cairo acogió la ópera Aida, que obtuvo un gran éxito mundial. La ópera fue compuesta por la superestrella italiana Giuseppe Verdi y encargada por el entonces gobernante de Egipto, el jedive Ismail, para celebrar la inauguración del recién construido canal de Suez.

Un siglo más tarde, el sha de Irán, Mohammad Reza Pahlavi, organizó una fiesta real entre las antiguas ruinas de Persépolis para conmemorar el 2.500 aniversario del reinado del poderoso rey de Persia, Ciro el Grande.

La inauguración del Gran Museo Egipcio, que no debe confundirse con el museo en sí, no fue una reproducción de ninguno de los dos. Ninguno de estos acontecimientos fue similar, pero los tres expresaron tendencias históricas dominantes: el imperialismo cultural occidental, el autoritarismo asertivo y el consumo conspicuo.

Cultura colonial

El gusto europeo por la moda, la comida y la música, e incluso la reinterpretación de la historia, estuvo omnipresente en Aida y en el festival Persépolis del sha. Como explicó Edward Said en su análisis de Aida como espectáculo imperial, Verdi insistió en construir un decorado cuyos «templos y palacios debían reproducirse con una orientación y una perspectiva que representaran la realidad del antiguo Egipto tal y como se reflejaba a través de la mirada imperial».

La trama fue elegida por el egiptólogo francés Auguste Mariette, responsable de las antigüedades egipcias bajo el jeque. Según Said, la trama estaba impregnada de los estereotipos europeos sobre un Oriente exótico y despótico.

Algunos de los sacerdotes masculinos se convirtieron en sacerdotisas en el guion. Para Said, esto reflejaba la tradición europea convencional de centrar a la «mujer oriental» en cualquier práctica exótica. En el escenario, estas sacerdotisas eran funcionalmente equivalentes a bailarinas, esclavas y concubinas.

Un siglo más tarde, la bonanza de Persépolis fue casi en su totalidad un asunto europeo. Para erigir una ciudad de tiendas de campaña en el desierto con el fin de alojar y entretener a docenas de dignatarios extranjeros, el sha trajo en avión todo y a todos, desde árboles hasta bandejas, pasando por chefs y camareros, desde las capitales europeas.

El gusto europeo también fue visible en el evento del Gran Museo Egipcio. La música clásica europea dominó las escenas de bailarines vestidos con ornamentados trajes faraónicos. El género operístico se elevó en muchos idiomas. En línea con la cultura globalizada estadounidense, se hizo hincapié en una perspectiva internacional que fusionó en el programa actuaciones desde Brasil hasta Japón.

En lugar de pedir su repatriación, los obeliscos retirados de Egipto durante la época colonial —y que ahora se encuentran en París o Nueva York—, se vendieron como prueba de la extensa influencia de Egipto.

En gran medida, el repertorio contemporáneo de música árabe y la rica tradición del arte islámico de Egipto estuvieron ausentes, y sólo hicieron apariciones efímeras y simbólicas. El énfasis en un pasado preislámico y un presente europeizado es un elemento fijo de la cultura colonial, y estuvo presente en los tres eventos.

Los costes exorbitantes asociados con estos eventos son otra señal de la era de decadencia que encarnan. Se estima que el teatro de la ópera construido por el jedive bajo la supervisión de ingenieros italianos costó 16,5 millones de libras esterlinas (18,8 millones de euros). Verdi, que confesó en una carta a su amigo que «nunca había podido llegar a admirar» la civilización egipcia, aceptó escribir una ópera especial a cambio de la cuantiosa suma de 150.000 francos en oro.

El gasto imprudente del jedive en la ópera era emblemático de su temperamento. Su mandato se caracterizó por sus grandiosos proyectos de construcción en una época de creciente concentración de la riqueza mediante la consolidación de la propiedad de la tierra, los trabajos forzados y otras formas de impuestos onerosos cuyo impacto recayó directamente sobre los campesinos y los trabajadores.

Sus hábitos derrochadores, a menudo alimentados por asesores europeos corruptos, contribuyeron al aumento de la deuda pública. Esto último condujo a la eventual bancarrota de Egipto y a su ocupación por las fuerzas británicas. El gusto del jedive por el arte europeo y su séquito de asesores europeos no le salvaron de ser destituido por Occidente.

Barrido del poder

La fiesta del sha en el desierto de Persépolis no fue menos que un despilfarro desenfrenado. Según los medios de comunicación, se utilizaron unos 40 camiones y 100 aviones para transportar los materiales necesarios para construir la ciudad de tiendas de campaña, y 180 camareros extranjeros sirvieron 18 toneladas de comida y 25.000 botellas de vino.

Estos actos de consumo ostentoso se difundieron para que el pueblo iraní los viera en un momento en el que, según algunas estimaciones, casi la mitad de la población vivía por debajo del umbral de la pobreza.

La cobertura mediática del Gran Museo Egipcio se ha centrado en los costes de construcción del museo, en lugar de en los gastos de la ceremonia. El proyecto de 1.200 millones de dólares es, sin duda, un gran desembolso. Pero, a diferencia de la ópera o la fiesta del sha, se espera que genere ingresos en el futuro y se ha promocionado como parte de la expansión del sector turístico.

El turismo es una importante fuente de ingresos para Egipto, un país ávido de efectivo, pero está lejos de ser suficiente para aliviar la creciente deuda del país o para hacer frente a la pobreza multidimensional.

La asociación con el sector privado en esta empresa fue otra señal del pleno regreso de la oligarquía egipcia a los pasillos del poder, mientras el primer ministro Mostafa Madbouly agasajaba a varios magnates empresariales en una rueda de prensa muy publicitada. Durante el evento, ocuparon los asientos delanteros entre dignatarios de todo el mundo.

Entre los inversores invitados se encontraba el magnate del acero y desacreditado aliado de Mubarak, Ahmed Ezz. La retransmisión también contó con la presencia del exministro de Cultura del presidente Hosni Mubarak, Faruk Hosny. Bajo su mandato, en 2004, un incendio en un teatro causó la muerte de 46 personas.

La elección de un museo como lugar de orgullo nacional y promesa económica contrasta radicalmente con el megaproyecto de construcción de una gran presa en la década de 1950. A pesar de sus muchos defectos, el proyecto de la gran presa era innovador. Se centró en potenciar los sectores agrícola e industrial, al tiempo que iluminaba los hogares egipcios con energía hidroeléctrica. También fue el detonante de la nacionalización del canal de Suez para cubrir los costes de construcción, sin recurrir a la ayuda exterior estadounidense, siempre vinculada a concesiones políticas.

La nacionalización del canal, en desafío a Gran Bretaña, marcó un momento crucial en el declive del imperialismo británico en la región y el ascenso de Egipto como fuerza líder de la liberación nacional a escala regional y mundial.

Aquellos días del pasado han sido sustituidos ahora por un Egipto impotente en la región que suplica «paz» —un tema recurrente durante la ceremonia—, mientras que las aguas del Nilo se ven amenazadas por la megapresa de Etiopía y sus fronteras con el Sinaí están bajo la soberanía de facto de Israel.

En la fiesta de Persépolis, un solemne Mohammad Reza Pahlavi, que cuatro años antes se había coronado «rey de reyes», se dirigió a la tumba de Ciro con las palabras: «Duerme en paz, estamos alerta». La historia dictó lo contrario; en pocos años, el sha, cuyas hazañas no estaban a la altura de las de Ciro, fue sorprendido por la revolución y expulsado de su trono real.

Medio siglo después, la colosal estatua de Ramsés II, uno de los guerreros más exitosos del Antiguo Egipto, decora la entrada del Gran Museo Egipcio. El tiempo dirá si su buena fortuna bastará para proteger al gobernante contemporáneo de Egipto del destino que corrió el sucesor moderno de Ciro antes que él.

– Foto de portada: El presidente egipcio Abdel Fatah el-Sisi posa con autoridades e invitados durante la ceremonia inaugural del Gran Museo Egipcio en Giza el 1 de noviembre de 2025 (Presidencia egipcia/AFP).
* Nota original: Grand Egyptian Museum gala: An imperial spectacle haunted by history.
– Traducido por Sinfo Fernández para Voces del Mundo’

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