Con o sin «acuerdo de paz», Gaza sigue siendo el holocausto de nuestro tiempo

Con o sin «acuerdo de paz», Gaza sigue siendo el holocausto de nuestro tiempo

Por Niamh Ní Bhriain*

Abdullah Ahmed Jihad al-Hasani, un bebé de menos de un año. Masah Mohammad Hamza al-Rifi, una bebé de menos de un año. Celine Ahmed Mufid al-Yaziji, una bebé, de menos de un año… un bebé… de menos de un año.

El mundo entero de alguien, desaparecido en un instante.

En Ámsterdam, mientras los primeros vientos del otoño barrían la ciudad, se leyeron en voz alta, uno tras otro, día y noche sin pausa, durante cinco días completos, los nombres de las 69.000 personas asesinadas en la guerra genocida de Israel contra Gaza.

Es una cifra de muertos asombrosa, pero muy incompleta y ya obsoleta en el momento en que se leyó el último nombre.

Al aplicar el cálculo utilizado por la revista médica Lancet en un artículo de 2024, una cifra más precisa podría ascender a medio millón de personas, pero es probable que sea aún mayor. Esto significaría que el eje genocida israelí-estadounidense-europeo ha matado a aproximadamente una cuarta parte de los 2,3 millones de habitantes de Gaza.

Este es el holocausto de nuestro tiempo.

Palestinos desplazados inspeccionan sus tiendas de campaña destruidas por el bombardeo israelí cerca de una instalación de la UNRWA al oeste de la ciudad de Rafah, el 28 de mayo de 2024. [Foto Jehad Alshrafi]
Los fantasmas de Gaza

Mientras escribía esto, durante la noche, Israel destruyó 17 viviendas, edificios residenciales y una mezquita. Para cuando se publique, es probable que quienes quedaron atrapados bajo los escombros hayan muerto asfixiados por una nube de polvo, hayan sucumbido a la muerte por deshidratación o se estén consumiendo lentamente, deseando que la muerte llegue pronto para liberarlos de su agonía.

Puede que algún día sean recuperados los restos óseos de los miles de personas que murieron solas en las grietas de los edificios derrumbados, atrapadas entre bloques de cemento inamovibles.

Sin embargo, es mucho más probable que, si se sigue concediendo impunidad a Israel por sus crímenes, desaparezcan para siempre. Sus huesos serán aplastados en la tierra empapada de sangre de Palestina o arrojados al mar Mediterráneo, quedando sólo sus fantasmas para vengarse de los colonos sionistas que les robaron su patria y la ocuparon.

Tampoco se han registrado las muertes de aquellos cuyos cuerpos quedaron irreconocibles. Los cráteres excavados por las bombas antibúnker estadounidenses, lanzadas por aviones de combate fabricados en Estados Unidos y Europa, han convertido zonas densamente pobladas, antes rebosantes de vida, en fosas comunes de restos humanos sin identificar.

Los ataques contra los equipos de defensa civil hacen que muchos cadáveres, aunque identificables en el momento de su muerte, no puedan ser recuperados. Estos cadáveres en descomposición se pudren bajo el sol del mediodía, devorados por animales que se comen sus miembros, órganos y globos oculares, hasta que sólo quedan los huesos, limpios de carne.

Gaza es el infierno en la tierra.

La lista de muertos conocidos de Gaza incluye familias enteras: adultos seguidos de adolescentes, niños y bebés. Todos con apellidos coincidentes.

Todos desaparecidos.

¿Alguien sobrevivió? ¿Queda alguien que recuerde a estas familias? ¿Quién dirá sus nombres en voz alta en su tierra natal? ¿Sólo serán leídos desde lejos por personas que nunca los conocieron, pero cuyos corazones se rompen porque ya no están?

Esta es una guerra de exterminio, y nuestros gobiernos son cómplices de ella. Durante siglos, las potencias coloniales europeas exterminaron a pueblos enteros. Lo que está sucediendo en Gaza no es diferente.

Pero lo que lo hace tan profundamente inquietante es que no está ocurriendo fuera de nuestra vista, y no nos enteramos de ello después de los hechos. No, los palestinos están documentando su propio exterminio en tiempo real, y nosotros lo estamos viendo en directo.

La clase política y empresarial ha tomado una decisión calculada, impulsada por las potencias occidentales, pero con la complicidad o tolerancia de muchos Estados árabes, de que el pueblo palestino será sacrificado para mantener un orden mundial imperialista, blanco y eurocolonialista.

Una guerra que se recuerde

Mientras recitábamos nombre tras nombre desde una tienda de campaña en los Países Bajos, nos preguntábamos si las personas que habían llevado esos nombres en vida habían sido quemadas vivas en tiendas similares en Al-Mawasi.

Las imágenes de cuerpos humeantes se retransmitieron por todo el mundo y los espectadores las vieron con horror, aunque nos ahorramos el insoportable hedor de la carne quemada, hasta que esas vidas, como las llamas que las envolvían, acabaron extinguiéndose.

¿Estaban entre los nombres leídos en voz alta las 45 personas quemadas vivas en un ataque aéreo israelí sobre Rafah? ¿O sus restos carbonizados estaban demasiado calcinados para ser identificados? Rafah era una línea roja. Ahora ya no existe.

Mientras los nombres se sucedían en las pilas de páginas acumuladas en el podio, era imposible no preguntarse qué nombre correspondía a cada asesinato, mientras la muerte se cebaba en la muerte e Israel destruía salvajemente todo rastro de vida palestina en Gaza.

Cuando leía los nombres, una imagen se repetía en mi mente: un vídeo de la explosión de una bomba, cuyo impacto fue tan violento, tan feroz, que dos personas salieron catapultadas a cientos de metros en el aire.

En algún momento del invierno pasado, me quedé obsesionada con este vídeo de 16 segundos, incapaz de verlo hasta el final, pero igualmente incapaz de dejar de intentarlo. La secuencia del vídeo mostraba un tejado, una explosión atronadora, una columna de humo, gritos escalofriantes y dos cuerpos lanzados al cielo antes de caer de nuevo a la tierra.

¿En qué momento exacto murieron? ¿Fue cuando fueron lanzados hacia arriba? ¿Quizás fue cuando aterrizaron? ¿Leí sus nombres? ¿Quiénes eran en vida? ¿Estoy traicionando su legado al recordarlos sólo en la muerte?

Otros vídeos con imágenes de niños gritando, de la cabeza cortada de un padre llevada por un niño que llora desesperadamente deseando que vuelva a la vida. ¿Leí su nombre? ¿Sobrevivió el niño? Sus gritos eran tan angustiosos, ¿no habría sido mejor que no hubiera sobrevivido?

¿Qué hay de los médicos abatidos uno a uno mientras los francotiradores israelíes se alineaban y apuntaban como si estuvieran jugando a un videojuego? ¿Qué hay de los hospitales bombardeados por los tanques israelíes hasta que no quedó ningún centro sanitario en funcionamiento?

La falta de rendición de cuentas por crímenes de guerra tan flagrantes envía un mensaje escalofriante: no sólo los palestinos, sino también el derecho internacional, serán borrados de Gaza.

En noviembre de 2023, mientras el hospital Al-Shifa era sitiado, a unos 15 km de distancia, los líderes europeos posaban para las fotos en el kibutz Be’eri, acompañados por quienes daban las órdenes para la destrucción de Gaza.

Más tarde saldrían a la luz imágenes de fosas comunes con cientos de cadáveres aplastados bajo el peso de las excavadoras, atrocidades que probablemente ocurrieron mientras los líderes europeos eran agasajados con vino y comida por los perpetradores a poca distancia, aunque en un mundo aparte.

Semanas más tarde, los recién nacidos, que apenas conocían la ternura del contacto humano, morirían solos en incubadoras, ya que los hospitales fueron evacuados por la fuerza y se agotó el combustible que los alimentaba.

Sin justicia no hay paz

Entre los fallecidos de Gaza se encontraba Said Darwish al-Kilanei, un hombre de 84 años nacido en una tierra que era libre, una Palestina que existía mucho antes de que la entidad sionista la colonizara.

¿Caminó Said por las fértiles tierras de Beit Lahia o Beit Hanun cuando era niño, cosechando aceitunas a finales de otoño y deleitándose con hummus y pan de pita? ¿Pescó en las abundantes aguas del Mediterráneo y llenó su estómago en sus costas mientras se ponía el sol? ¿Bailó la dabka y se enamoró bajo un cielo nocturno iluminado no por bombas y disparos de drones, sino por la luz de mil estrellas?

En sus últimos años, Said fue testigo de cómo se lanzaban más de 200.000 toneladas de bombas sobre su patria, superando el tonelaje utilizado en la Segunda Guerra Mundial, antes de que él y otros ancianos que nacieron en una Palestina libre y sobrevivieron a la Nakba de 1948 fueran finalmente asesinados por el régimen sionista.

¿Qué dirían ellos de la repetición de la ya fallida «solución de dos Estados» en la Asamblea General de la ONU, o del «plan de paz» del presidente Trump que excluye a los palestinos de Gaza, o de los Estados que reconocen la condición de Estado palestino mientras siguen armando y respaldando a la entidad que lo está borrando?

Estas supuestas «soluciones» están tan lejos de lo que se necesita que, para cuando lleguemos a donde tenemos que llegar, no quedará ningún palestino en Palestina.

Sin duda, la única solución es el fin inmediato del genocidio, justicia para los supervivientes y, en última instancia, el desmantelamiento total de la colonia sionista, con la expulsión de los colonos de las tierras que robaron a Europa, Estados Unidos y otros lugares.

Para los medios de comunicación, que normalizaron e ignoraron las masacres diarias de palestinos, en esencia, ya ha terminado. A raíz del «plan de paz» de Trump, la atención renovada de los medios se ha centrado en la liberación de los cautivos israelíes y no en la hambruna en curso ni en las innumerables formas en que los palestinos seguirán muriendo como resultado del genocidio de Israel, aunque las bombas hayan cesado por ahora.

Mientras tanto, para muchos políticos, Gaza es una molestia y los hambrientos palestinos una monstruosidad. ¿Cuándo «terminará Israel el trabajo» para que puedan seguir asistiendo a cenas de gala y banquetes sin la molestia de que los activistas palestinos aparezcan y les recuerden su complicidad en el genocidio?

En el «plan de paz» brilla por su ausencia cualquier noción de justicia o responsabilidad por la matanza a escala industrial, lo que no es de extrañar teniendo en cuenta que el plan fue elaborado por quienes la llevaron a cabo.

Sin justicia, no habrá paz.

El poeta palestino Mahmoud Darwish escribió: «Nosotros, que somos capaces de recordar, somos capaces de liberarnos».

Así que, a pesar de la futilidad, la rabia y la desesperación de saber que, como tantas otras acciones de los últimos dos años, recordar a los muertos de Gaza mientras siguen siendo masacrados no detendrá el holocausto ni traerá justicia por él, persistimos en la esperanza de que algún día el efecto acumulativo de nuestros esfuerzos colectivos pueda hacerlo.

Tiene que ser así. Mientras los palestinos se levanten cada mañana y se enfrenten a lo inimaginable cada día en Gaza, tenemos el deber de garantizar que esta historia no termine con su desaparición, sino con su liberación.

– Imagen de cabecera: Palestinos buscan entre los escombros de edificios en medio de la destrucción generalizada causada por los bombardeos israelíes en Khan Younis, en el sur de la Franja de Gaza, después de un acuerdo de alto el fuego, el 12 de octubre de 2025 (Omar al-Qattaa).
* Nota original: ‘Peace deal’ or not, Gaza remains the holocaust of our time.
Niamh Ní Bhriain coordina el Programa de Guerra y Pacificación del Transnational Institute de Ámsterdam.
– Traducido por Sinfo Fernández para Voces del Mundo’

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