Al alba

Por Alfons Cervera*
Mirar atrás es como regresar a lo que este país fue a contracorriente y a contratodo. Después de la victoria fascista en 1939, la Segunda República quedó como un trasto de los que no sirven para nada
El tiempo nos recorre por fuera y por dentro. Al final somos un puñado de tiempos sucesivos. De la memoria que esos tiempos nos han ido dejando hasta ser lo que ahora somos. Qué difícil todo en los nuevos tiempos. Pensábamos que iban a ser lo que soñábamos, que de día en día escucharíamos aquello de Antonio Machado: “la buena voz, la voz querida”. Los ecos de la vieja resistencia, de sus voces cuando ningún sueño estaba descatalogado, los sonidos de la revuelta hechos canciones o poemas porque todo lo teníamos en un cuaderno de bitácora donde aún no habían sido dibujados los naufragios.
Mirar atrás es como regresar a lo que este país fue a contracorriente y a contratodo. Después de la victoria fascista en 1939, la Segunda República quedó como un trasto de los que no sirven para nada. Nos llegaría primero la realidad de una dictadura interminable en sus cuarenta años de existencia. Y después, como si el pasado fuera algo de usar y tirar, entraríamos en el túnel obsceno del olvido. Las víctimas y los verdugos se juntaban en una fantasía emocional que destrozaba la dignidad de la política. Quienes llenaron las fosas de muerte republicana se juntaban con esa muerte en un insólito baile de fantasmas. Las pinturas más negras de Goya, los poemas más tristes de Miguel Hernández, la poca luz que nos fue dejando a duras penas el recuerdo de lo que pudo haber sido y fue con el paso del tiempo algo tan distinto. Se murió el dictador y lo que vino luego fue una confusión en que nada estaba claro acerca del presente y aún menos del futuro. La reconciliación nunca puede estar antes de la verdad. Si es así, estaremos construyendo una democracia frágil, levantada sobre los cimientos de un error que acabará pasándonos factura más tarde o más temprano. Sin la verdad no vamos a ninguna parte. Y después de muerto Franco, la verdad quedaría enterrada bajo la piedra rocosa del oportunismo político, del miedo y el silencio.
Por mucho que se diga, la dictadura no flojeó en los últimos años. Siguió con su dureza de siempre, como si quisiera dejar claro que sólo había una herencia posible: la crueldad. El mismo 1975 fue un año de huelgas, de estados de excepción, de torturas en las cárceles, los cuarteles y las comisarías, de disparos “al aire” de la policía que curiosamente herían y mataban a manifestantes. Franco había nombrado años atrás al sucesor. Un rey. La Monarquía sobre la que nunca nadie nos preguntó si la queríamos o preferíamos la República. El mismo Adolfo Suárez lo dijo, pero tan en secreto que se hizo público después de su muerte: si hubiera habido referéndum, habría ganado la opción republicana. Eso dijo. A buenas horas…
El dictador nació matando y murió matando. Un año antes ordenó la ejecución a garrote vil del joven anarquista Salvador Puig Antich en marzo de 1974. Se le acusaba de haber matado a un policía en un enfrentamiento en plena calle barcelonesa. Ninguna garantía de defensa en el juicio. La sentencia estaba dictada de antemano. Como las del 27 de septiembre de 1975. Le quedaban apenas dos meses de vida. Parecía una momia. Pero tuvo fuerza para firmar las cinco últimas condenas a muerte de su inacabable dictadura. Hubo más condenas a muerte en esos juicios, pero al final serían cinco las que se llevaron a cabo ese día de comienzos del otoño. Dos militantes de ETA y tres del FRAP serían fusilados esa madrugada. Como en el juicio de Puig Antich, no hubo derecho a una defensa con garantías. La sentencia estaba firmada antes de que los acusados se sentaran en el banquillo. Los cargos: haber participado en los atentados que costaron la vida a dos policías y dos guardias civiles. Ninguna posibilidad de defensa, testimonios sacados de las torturas, incluso algunos de los abogados fueron expulsados de la sala. Los cinco jóvenes antifascistas se convirtieron en las últimas víctimas del franquismo. Sus nombres: Juan Paredes (Txiki), Ángel Otaegi, Ramón García Sanz, Xosé Humberto Baena y José Luis Sánchez Bravo. Las presiones internacionales para evitar ese crimen no dieron ningún resultado. Muchos países retiraron a sus representantes en España. Hasta el Papa Pablo VI solicitó clemencia para los acusados. Ni caso. Los juicios a Baena Alonso y Sánchez-Bravo ya han sido declarados nulos por el Gobierno en virtud de la Ley de Memoria Democrática de 2022. Sus familias han conseguido “la declaración de Reconocimiento y Reparación Personal del Gobierno de España”. Algunos de los acusados en aquellos juicios ya han cursado la misma solicitud.
El tiempo nos recorre por dentro y por fuera. A veces nos llena de memoria. Y en esa memoria suena Al alba en la voz hecha belleza, recuerdo y maravilla de Luis Eduardo Aute. El próximo día 26 de septiembre será Miquel Gil quien la cante para cerrar el acto Memoria y Resistencia en la Universitat de València. “Ens demanen silenci”, escribía Vicent Andrés Estellés en uno de sus poemas inmortales. Desde aquí me exijo a mí mismo la palabra, contar lo que se quiere callado, dejar bien claro que ninguna reconciliación es posible si antes no ponemos la verdad encima de la mesa.
Cincuenta años desde aquel 27 de septiembre de 1975. Que la memoria no nos abandone nunca. Que la resistencia no se canse nunca de resistir: “Presiento que tras la noche / vendrá la noche más larga / Quiero que no me abandones / amor mío, al alba…”. Una canción de amor que siempre nos acompaña desde aquella noche…
– Entrevista con Alfons Cervera: Memoria y Resistencia
– Imagen de portada: Argentina, Crónica de Buenos Aires, 27 de septiembre de 1975.
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